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domingo, 18 de marzo de 2018

La forma del agua, Guillermo del Toro


O entrás o te quedás afuera

"La emoción es como el erotismo y el humor. Lo que para alguien es cursi, para otra persona es simplemente sentimental. Lo que para alguien es erótico, para el otro es pornográfico. Creo que nuestro umbral para la emoción está tan bajo que cualquier cosa nos parece cursi. No sólo en la ficción, sino en la vida real. El cinismo inmediatamente suena a inteligencia.
Esto lo hablo mucho con Alfonso (Cuarón) y con Alejandro (González Iñárritu) y los tres estamos de acuerdo en que la emoción es el nuevo punk. Lo más atrevido que puede hacer alguien es provocarse y provocar la emoción."
                                                         Guillermo del Toro en entrevista Revista Chilango 



No hay punto medio para la extraña, única y bellísima película de Guillermo del Toro. O entrás en ese mundo fantástico sin oponer resistencia o empezás a cuestionar el verosímil y te quedás afuera.
Yo soy de las que entré "hasta el caracú", me identifiqué con los personajes, me enamoré de la belleza estética, me emocioné y tuve miedo; es decir, experimenté todos los sentimientos posibles que los espectadores podemos sentir ante la magia de la enorme pantalla en la sala oscura de un cine.


Ya desde los créditos,  el director propone un pacto de lectura con el espectador: lo que vamos a ver es el cuento de una princesa durmiente en un mundo acuático y la voz del narrador nos alerta de que nos va a contar un cuento. Un cuento con personajes que quieren ser amados, un cuento con enemigos crueles que pisotean la inocencia, un cuento en el que alguien se anima a cambiar el rumbo de las cosas. ¿Cómo en la vida?

Pero no nos confundamos, lo que hace única a la película del cineasta mexicano es que detrás de la aparente simplicidad hay mucho artificio, mucha ironía, mucha crítica social. Y eso me encanta. El gran cuate nos hace un gran favor a todos los latinoamericanos que no compramos la cultura del Tío Sam. Parecería que logró venderles el cuentito de hadas a los yanquis que hasta le dieron el Oscar a la mejor película, mientras él se las arregló para criticarlos en sus narices: el armamentismo norteamericano, el consumismo, el machismo, el bullying, la discriminación, la homofobia, el racismo…  Claro, todo está ambientado en la década del 60, período álgido de la Guerra Fría pero también época de oro del cine y la música del gigante del Norte, dos tesoros que rescatan, para mí, a esa civilización decadente.


Volviendo a los logros de la película. No puedo imaginar un mejor casting para contar esta historia: Elisa Esposito (Sally Hawkins) con esa mirada, esa sonrisa, esa manera de expresar todo sin palabras;  la criatura anfibia (Doug Jones) dotada de unos matices increíbles, especialmente sus hermosos ojos de asombro; Zelda (Octavia Spencer), la compañera negra de Elisa en el área de limpieza de un laboratorio secreto y Giles (Richard Jenkins), el vecino artista que dibuja las publicidades en el momento en que esas imágenes, hoy retro para nosotros, empiezan a ser reemplazadas por la fotografía. Descollantes también los papeles de Richard Strickland (Michael Shannon), el jefe de seguridad, verdadero monstruo de la película y Dimitri (Michael S. Stuhlbarg) el científico ruso.




La ambientación tan extremadamente cuidada: los escenarios sorprendentes, el vestuario justo, el mobiliario y cada detalle nos sumerge en los colores y texturas de la década del 60, con los precisos recuerdos de mi infancia de las publicidades, las películas musicales que veía por televisión con mi mamá  (como Elisa, yo también quería bailar con Ginger Rogers, Fred Astaire o Shirley Temple).

La fotografía, exquisita. Dan Laustsen, el director de fotografía, creó momentos antológicos e inolvidables. Con esos azules en los momentos en que se hace protagonista el agua o esos grises amarronados del mundo nocturno y solitario en el que se mueven los personajes.


Una película rara como un huevo, leit motiv constante. Atravesada de una ingenuidad no exenta de erotismo y de pasión. No puedo decir nada más porque caería en spoilers. Vayan los que se animan al cine, vale la pena disfrutarla en pantalla grande. La forma del agua tiene algo de Amèlie, algo de La espuma de los días, pero no… Es una fábula, y como toda fábula nos quiere enseñar algo. No seré yo quien les diga la moraleja, vayan y descúbranla.


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