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sábado, 26 de septiembre de 2015

Ganesha vs. el Tercer Reich en el 10 FIBA

Incomodidad, sorpresa y buen teatro



Entre la enorme cantidad de propuestas de la grilla del Festival Internacional Teatro de Buenos Aires, una verdadera fiesta para el teatro que se repite en primavera desde hace 10 años, muchas veces elegimos por intuición, por recomendación o simplemente por horarios.

Esta vez, por recomendación y porque había función un viernes a la noche, fui al Teatro Coliseo a ver esta obra australiana de Bruce Gladwin.

Solamente tenía la síntesis del programa:

“Comienza con el viaje de Ganesha, deidad con cabeza de elefante, a través de la Alemania nazi para recuperar un antiguo símbolo hindú. Mientras este intrépido héroe se embarca en este recorrido, se revela una segunda línea narrativa: los propios actores comienzan a sentir el peso de la responsabilidad que tienen como narradores y cuestionan la ética de la apropiación cultural. Liderada por un elenco único de actores con discapacidad, la compañía da voz a problemáticas sociales y políticas que apelan al público en general”.




El escenario despojado, como si se tratara del ensayo de la obra. La incomodidad ya había empezado antes de que comience la pieza, cuando los espectadores a la hora en que debía empezar la función empezaron a dejar sus lugares en la platea para ir ocupando las plateas vacías de adelante y luego las acomodadoras tenían que meterse entre la butacas para pedirles por favor que dejen esos lugares para los que iban llegando con retraso. Algo de mal gusto… para mis severas normas civilizadas, podrán pensar ustedes… Pero luego la obra comenzó y a los pocos segundos se interrumpió por motivos técnicos, anunció una voz distorsionada. Más incomodidad.

Al poco tiempo, las luces de la platea se apagan y comienza la función. Dos actores con discapacidad mental tratan de convencerse sobre elegir el papel que debían representar: ser un judío o un guardia nazi. Las voces, los movimientos, el propio tema siguen generando esa incomodidad que para algunos espectadores se expresa en risas fuera de lugar, en movimientos en la platea, en un silencio expectante e inquieto como en mi caso.

Al poco tiempo, la música, las voces distorsionadas, la fabulosa escenografía conformada por varios planos de cortinas de plástico con paisajes impresos de bosques, la perfecta máscara de Ganesha nos arroja a la magia del teatro, para volver a traernos a los pocos minutos a la realidad de esa compañía que se hace preguntas a la hora de llevar adelante esa historia. Le cuestionan al director el sentido de tocar este tema, ninguno es judío, ninguno es hindú. ¿Puede un discapacitado mental representar un papel que no entiende, una época que no conoce? ¿Es ético jugar en escena el juego de ser el doctor Josef Mengele? ¿Se puede seguir mostrando ese símbolo nazi que nos da escozor y náuseas porque está conectado con el horror más grande de la historia de la humanidad?



“¿Tenemos derecho a representar esto?” se preguntan los actores.

Actores con discapacidad se discriminan en escena: “Tiene cerebro de pez” dice uno acerca de otro. 

Durante la pieza, por momentos los actores no quieren jugar, y el director, que al principio comienza como un personaje civilizado y comprensivo, va transformándose en un ser nefasto, autoritario y violento. 

Sabemos que es teatro, sabemos que los actores usan trajes que imitan a los de la SS y que sus botas no son de cuero sino de tela. Sin embargo la angustia va creciendo, porque es imposible no asociar… y que personas discapacitadas, como las que fueron blanco del programa de exterminio de los nazis, sean los mismos que jueguen el rol de Hitler, un judío o un guardia nazi por momentos se vuelve insoportable.

Cuando termina la obra, la sensación es que vimos un obra magnífica, transgresora y potente. Con grandes actores, un consistente compañía que armó el proyecto desde 0, que construyó esta obra y viene representándola desde hace años con gran éxito en los distintos festivales del mundo. Una obra completamente nueva y original que me dio mucho gusto ir a ver.


                       

Por último me quedo con la potente idea de la pieza:

Recuperar el símbolo, la esvástica. Para eso baja a la tierra Ganesha. Para que vuelva a tener el significado que tuvo para el hinduismo por miles de años. La palabra deriva directamente del sánscrito svastika, que se compone del adverbio su (‘bueno’) y del verbo asti (‘es’). Por lo tanto, el significado de la palabra es “bienestar”, “prosperidad” o “buen augurio”. 

Sin embargo, ya es irrecuperable. Hitler tomó ese símbolo, lo giró 45°, lo coloreó de negro y lo colocó en un círculo blanco sobre un fondo rojo (negro, blanco y rojo, los colores del antiguo Imperio Alemán hasta la Primera Guerra Mundial). Eligió la svastika como símbolo de su partido nacional-socialista, para luego convertirla en parte de la bandera oficial del Tercer Reich. Desde ese momento, es uno de los signos más controvertidos de la historia: sinónimo de fascismo, antisemitismo y muerte para la mayoría de las personas occidentales marcadas por el recuerdo o el relato de la Segunda Guerra Mundial


Cuando al final aparezca el espíritu de ese Hitler diminuto y débil, que desde su búnker destruido, retira la banda con la esvástica de su brazo para dársela a Ganesha, nos queda el sabor amargo de que debajo ha quedado otra banda. Ganesha se lleva el símbolo, pero ya no será posible borrar sus efectos. 

La maldad del mundo se lo ha apropiado para siempre.

Hubiese querido ilustrar esta entrada con este símbolo, pero disculpen, en Razón del Gusto está todo lo que amo en este mundo, imposible ilustrar este texto con la imagen del horror. Les dejo sin embargo el video del tráiler de la obra para que les sea más fácil imaginar de qué estuve hablando.


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