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domingo, 12 de mayo de 2013

"Profesor Lazhar", de Philippe Falardeau (2011)


Monsieur Lazhar o la escuela del dolor


A mí, las películas sobre profesores o la vida en una escuela me encantan, por eso cuando vi el trailer de esta película me dije que no me la perdería por nada del mundo.
Por supuesto, para ello tuve que viajar al Cinema Paradiso de La Plata porque está en cartel en pocas salas de Buenos Aires y ninguna de Quilmes. Y si quieren verla no dejen pasar más de una semana porque seguramente estará poco tiempo en cartelera.




 "Profesor Lazhar", como la han traducido en Argentina, sin respetar el sentido del "Monsieur" en la película, nos muestra el microcosmos o especie de laboratorio de la vida que es un aula. Bastante cercana al espíritu de otras películas famosas como "Escritores de la libertad" con Hilary Swank o "Entre los muros" de Laurent Cantet, la película de Falardeau nos habla de que hace falta mucho más que un título docente para estar al frente de un curso. Como en las dos películas nombradas, los días y las estaciones van pasando y van demostrando que cuando un maestro escucha lo que dicen y sobre todo lo que no dicen sus alumnos, y está abierto a improvisar sobre la marcha, los cambios son posibles y en el aula pueden producirse transformaciones que ningún pedagogo, psicólogo o especialista en educación pueden explicar desde la teoría.


No hay nada que se compare a ganar la confianza de un alumno "difícil" como Simon.

Un colegio es un lugar seguro y previsible por naturaleza. Los horarios establecidos, el timbre que marca la hora del recreo y del almuerzo, los códigos de convivencia, la jerarquía, la evaluación. Siempre me pregunto porqué todavía mis alumnos me escuchan atentos, escriben en silencio durante una prueba, leen lo que uno les pide, cuando hay tantas alternativas, tantos nuevos intereses: el mundo en un aparatito electrónico cabe en sus bolsillos...
Creo que la escuela es uno de los pocos  espacios que quedan en el mundo donde se piensa y se debate en serio, sin falsos intereses proselitistas o económicos. Donde prima el respeto y la cortesía. Donde hacemos algo para luchar contra la violencia, la ignorancia y el abuso en todas sus formas.
Y los maestros... ¡Qué raro oficio este que elegimos! Vivimos buscando nuevos desafíos, nos llevamos la corrección a casa, somos un poco actores, psicólogos, enfermeros, madres y padres. Yo supongo que la escuela es el último reducto donde profesores y alumnos nos sentimos culpables cuando no cumplimos con nuestro "deber" y donde continuamente estamos siendo evaluados en nuestro rendimiento.
Un poco de todo esto es lo que aparece como telón de fondo en esta hermosa película canadiense.

Por alumnas brillantes como Alice deseamos como maestros ser cada día un poco mejores.

"Mosieur Lazhar" comienza una fría y blanca mañana en Quebec, los niños de una escuela pública están esperando en el patio para entrar, parece un día como cualquier otro, pero no, en el aula de la señorita Martine, ha pasado algo monstruoso. La joven maestra ha llegado antes y se ha colgado de una viga del techo. Simon, el vivaracho y movedizo encargado de llevar al aula los cartones de leche ese día, ve a través del vidrio de la puerta cerrada con llave el cadáver de su maestra pendulando en su danza macabra. Luego serán los azules ojos de Alice los que adivinen, en la caja con las leches derramadas por su compañero, el espanto que está detrás de esa puerta, un abismo al que es imposible no asomarse.
No habrá pintura que borre las huellas del horror y el vacío del abandono. Padres, directora y psicóloga intentarán licuar la situación, paliar el dolor, evitar el desborde ante la violencia de la situación. ¿Pero quién podría responder las preguntas que los chicos no logran expresar? ¿Por qué alguien elegiría un aula para matarse?, ¿Qué mensaje de desesperación ha intentado sembrar en sus alumnos quien debería haberlos cuidado y llenar sus corazones de confianza? ¿Qué se hace con las pesadillas y la culpa cuando se tiene solamente doce tiernitos años?




Será Monsieur Lazhar, un refugiado argelino que ha perdido toda su familia en un atentando  terrorista en su país, quien se ofrezca a reemplazar a la maestra cuando lee la trágica noticia en un diario. Quizás no tenga la preparación de la eficiente y moderna colega que enseña en el aula de al lado, pero la vida le hizo hacer un curso acelerado en muerte injusta y dolor inexplicable y en el camino va encontrando la forma en que los niños se ordenen, aprendan y sanen.
Una película simple y despojada, sincera. Los niños se parecen a mis alumnos de 1º año, tan frescos y hermosos con sus doce años. Tan solos a veces, rodeados de adultos tan ocupados. Tan crueles y verdaderos. Tan asombrosamente creativos e inteligentes.

Cuando terminó la película me quedé en silencio, conmovida. Pensando. Sí, lo que vi es una ficción, pero trabaja con sentimientos demasiado conocidos para mí...
No pude dejar de reflexionar sobre esta profesión que ejerzo desde hace 32 años, tan maravillosa y terrible a la vez. Cuánta incomprensión de los que no están dentro de un aula, qué difícil explicarle a alguien que no es maestro el secreto que esconden esas cajas de la maestra y de la esposa muerta de Bachir Lazhar que llegan a sus manos sintetizando el paralelismo entre las dos pérdidas irreparables.
Esas cajas, la de los materiales de la maestra suicida que el marido nunca fue a buscar y la caja de cartón de mermeladas en la que le enviaron a Bachir los elementos de trabajo de su mujer, que también había sido maestra en Argelia, encierran esos pequeños tesoros: cuadernos, libros, sellos, stickers, lapiceras de colores con que alentamos y corregimos a "nuestros" chicos. 

Una profesión en la que son necesarios el afecto, el respeto y la confianza. Un trabajo que a veces nos involucra demasiado, al punto de que algunos padres nos pongan el límite como en la película: "Usted es sólo el profesor, no tiene que "criar" a nuestra hija".
Y sí, a veces nos confundimos, porque como Bachir,  los sentimos nuestra responsabilidad,  olvidándonos  de que son "nuestros", por el breve período en que pasan por nuestras vidas.


jueves, 9 de mayo de 2013

La sumisión o El porvenir está en los huevos

Cuando no queda más que el absurdo para explicarnos la realidad





Ionesco más vivo que nunca en la sala de un colegio de Quilmes. Revulsivo, hilarante, abrumador, sigue descolocándonos cuando parodia la vida en sociedad y descompone el lenguaje y los movimientos para retratar el absurdo de nuestras reglas sociales.


Siete alumnos de 3º a 6º año del secundario, dirigidos por un profesor inspirado y talentoso, sacuden nuestra modorra pequeño-burguesa y nos dan una lección de buen teatro.


Esta versión libre de dos obras de Eugène Ionesco, Jacobo o la sumisión y El porvenir está en los huevos pone la lupa en los para nada sutiles modos en que las personas son moldeadas dentro de la familia y condicionadas para formar parte de una sociedad que liga el éxito a la producción y a la adecuación a los valores intocables del hogar y la tradición.


Con una puesta en escena originalísima que acentúa hasta la alienación la necesidad de responder a un patrón para ser incluido, nos identificamos con Jacobo, extorsionado física y emocionalmente por las figuras matriarcales de su madre, su abuela y su bisabuela y con vergüenza a veces nos reconocemos en el modo violento en que como madres caemos en el error de inculcar en nuestros hijos parámetros de vida que a su vez nos han transmitido nuestras propias madres en un círculo monstruoso e infinito.


El matrimonio arreglado por las madres y el descubrimiento de los jóvenes que se encuentran en la necesidad de decir "no" y en la ternura nueva de ese neologismo que crean juntos: "mi-ni-no". Con esa palabra mágica creen que pueden bautizar un mundo nuevo para estar juntos, pero esa ilusión durará poco. ¡Preciosa esta escena que es un oasis entre tanto melodrama y autoritarismo desenfrenado!


Sólo dos funciones para un trabajo monumental, para un resultado fascinante. Mañana los actores volverán a sus clases y a sus exámenes pero llevarán para siempre en sus cuerpos y sus corazones el recuerdo de esta hazaña. 




La sumisión o El porvenir está en los huevos
Elenco: Benjamín Lahitte, Mora García Mónaco, Manuela Kohluber, María José Camino de Menchaca, María del Carmen Camino de Menchaca, Sephanie Cameron, Milagros Capalbo.
Escenografía: Sebastián Kalhat
Vestuario: María José Duggan
Dirección: Sebastián Kalhat
St. George´s College Quilmes, 8 y 9 de mayo de 2013


lunes, 6 de mayo de 2013

Reino Fungi

Hongos de Tandil

Allí, sorprendentes y bellos en el suelo rojizo del bosque estaban ellos:







Diminutos y frágiles, escondidos entre la pinocha...






Alineados en formaciones de luz oblicua...



Imponentes en su rotundidad cobriza...



Delicados como esponjitas amarillas...





Tan inocentes  e indefensos ante los pies de los caminantes que no tienen ojos para verlos.

domingo, 5 de mayo de 2013

Escapada a Tandil


Agarrar el auto y salir a la ruta, con el mate preparado y las ganas de ver el horizonte, es un buen plan para cuando uno tiene unos días libres, sobre todo cuando no caen en un fin de semana largo.
Nunca había ido a Tandil, y tenía mis dudas, es más algunos amigos me recomendaron más  ir a Villa Ventana, que al parecer es una pequeña aldea con características patagónicas... Pero yo antes quería conocer Tandil, y no me equivoqué.


Podríamos haber alquilado alguna de las bellas cabañas que hay por las sierras, pero a nosotros nos gustan las ciudades, así que con mucho acierto pasamos tres hermosos días en un posada antigua, enfrente a la Plaza de las Carretas en la Avenida Santamrina. La bella casona tiene detalles muy cuidados y una atención cálida y personalizada que nos hizo sentir como en casa. Desde allí, y con los buenos consejos de Luciana, nuestra anfitriona, fue muy fácil ir caminando a los principales lugares de interés.


Tandil tiene ese encanto un poco naif y por qué no kitsch, de los lugares populares  turísticos de la Argentina, como Carlos Paz, o Mar del Plata. Es uno de esos lugares "de culto" que por lo menos una vez en la vida hay que visitar:

1. La Plaza Independencia con sus Monumentales edificios bien conservados:






... sin olvidarse de un buen café con leche con tostados de jamón y queso en el Bar Tito.


2. El Parque Independencia con las torres moriscas regaladas por la colectividad española para el centenario de la ciudad:



3. El Monte Calvario con las esculturas talladas en piedra de las estaciones del vía crucis y la monumental cruz en la cima:





4. El Monte Centinela, con su aerosilla y su caminata por el bosquecito de pinos...





5. Y el hermoso camino de regreso, con la escuelita de campo...


... o los viejos almacenes.



6. Sin olvidarnos de La Movediza, por supuesto... que se cayó en en 1912, pero que fue reconstruida en el 2006 y sigue mereciendo el esfuerzo de subir todos  esos escalones para estar cerca de esas piedras prehistóricas...





 Pero no sólo esas piedras nos hablan del pasado, también las fachadas de las casas centenarias que todavía lucen su esplendor sobre las veredas impecables:







O los comercios y restaurantes, algunos de ellos nos sorprenden con su originalidad como este:









Tres días en Tandil. Para caminar, para degustar los quesos, para escalar las sierras o comprarse una lindas lanas para tejerse una bufanda en una tarde de frío... 
Y volver a disfrutar los pequeños y sencillos placeres de pasear por nuestro país.