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lunes, 30 de julio de 2012

Diario de viaje: Amsterdam y las bicicletas

Después de un vuelo de 13 horas por KLM, llegamos al moderno aeropuerto de Schiphol, y así entramos a Amsterdam, una ciudad dinámica y colorida que late al ritmo de dos ruedas.



Si bajan del taxi, desprevenidos como yo, no se demoren con las valijas en la vereda porque la franja paralela al cordón es el reino de los ciclistas y se llevarán una desagradable sorpresa. El timbre airado me alertó y di un salto que evitó el accidente. Por suerte no hablo neerlandés, porque seguramente un improperio fue el primer saludo con el que me recibió una moderna señorita, ama de la vereda en su bicicleta negra. 



Dicen que hay más un millón de bicicletas en Amsterdam, bicicletas comunes, negras, de paseo. No modernas bicicletas de colores, ni con las ruedas finitas de carrera. Sino las pesadas bicicletas negras que se usaban antes acá, a las que en general se  les agrega un cajoncito donde las elegantes mujeres de pollera y tacos llevan su carteras, o los hombres de traje sus maletines. 


 Las bicicletas están libres, por todas partes, recostadas en cada metro de baranda o pared, esperando sumisas a sus dueños que las abandonan a la intemperie. Algunas atadas con cadenas oxidadas y con los asientos de cuero agrietados lloran solitarias el olvido de varios inviernos. Miles esperan que sus dueños completen su jornada laboral prolijamente estacionadas en los parkings de las estaciones de trenes.
Dicen también que no sólo hay agua en los canales sino un lecho de bicicletas, más de 8000 al año que se caen y que son rescatadas cuando se dragan los canales para mantener esas aguas como espejos.


 Con alforjas, con carritos para llevar a los niños, para pasear los fines de semana o para llegar puntuales al trabajo, los holandeses eligen la bicicleta. Con sol, con lluvia, las bicicletas atraviesan  incesantes la ciudad , y se transforman en una verdadera amenaza para el peatón.


Amsterdam es una ciudad encantadora que se puede recorrer a pie, enamorándose de los miles de reflejos que produce la luz en el agua. Las callecitas empedradas, los puentes por todas partes que invitan a asomarse continuamente para mirar las angostas y señoriales mansiones holandesas de siglos pasados que siguen intactas con su donaire; los jardincitos en las veredas, orgullos de sus propietarios que sacan la silla y la mesita para disfrutar de los fresquitos días de ese verano europeo que nos desconcierta un poco a los que venimos del hemisferio sur y estamos acostumbrados a los más de 30 grados a la sombra.


 En un ambiente tan libre y descontracturado, que nos invita al vagabundeo curioso, la única tiranía la ejercen las odiosas y adorables bicicletas que obligan al turista a estar atento, porque el que se distrae en la vereda buscando una calle en un mapa puede salir volando por los aires embestido por las bestias de hierro que marcan el pulso de la ciudad y que le tienen muy poca paciencia al bípedo extranjero.




6 comentarios:

  1. ¡Muy linda descripción, Lili! Con el bonus-track de esas fantásticas fotos :-)

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  2. Relato maravilloso, pareciera de una resentida peatona, pero así es esa ciudad, cuna de grandes artistas como Van gogh, Rembrandt y otros. Las fotos parecen pinturas de Magritte y otros geniecillos.

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  3. Eleonora,mi Lili:muy bueno tu escrito y las fotos son preciosas!!!!

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  4. Hola Eleonora,

    le quería decir que su estilo para relatar es fascinante. Un gusto estar suscrita a este blog y deleitarme tanto con las entradas como con las fotos (también de la carátula. Increíble las imágenes que le saca de ese jardín.....!)

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  5. Gracias por los comentarios positivos que me alientan a seguir con entusiasmo este blog. Voy a ir subiendo las crónicas de las ciudades con las fotos, la próxima será sobre la Casa de Ana Frank en Amsterdam.

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  6. El blog cada vez está mejor y cada vez hay más conexión entre imágenes y textos... felicitaciones !

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